samurai.inah.gob.mx | 09/08/2012
Los samurái
El origen del samurái data del siglo X y se fortaleció al concluir las Guerras Genpei (1180-1185 d.C.) a finales del siglo XII, cuando fue instituido un gobierno militar bajo la figura del Shōgun. Este cambio produjo que el Emperador de Japón quedara a la sombra del Shōgun como un mero espectador de la situación política del país.
El momento cumbre de los Samurái tuvo lugar durante el período Sengoku (1467-1568), una época de gran inestabilidad y continuas luchas de poder entre los distintos clanes existentes, por lo que esta etapa de la historia de Japón es referida como "Período de los Estados Combatientes".
El liderazgo militar del país continuaría a manos de esta élite hasta la institución del shogunato Tokugawa en el siglo XVII por parte de un poderoso terrateniente samurái llamado Tokugawa Ieyasu, quien paradójicamente, al convertirse en Shōgun, luchó por reducir los privilegios y estatus social de la clase guerrera, proceso que finalmente culminó con su desaparición cuando el emperador retomó su papel de gobernante durante la Restauración Meiji en el siglo XIX.
El periodo de los Samurái es reconocido en Japón no solo por el poderío militar y político de la clase samurái, sino por el importante aporte a la cultura de Japón en relación con la religión, el arte, la administración y muchos otros aspectos fundamentales para comprender al Japón moderno.
El Japón de los samurái
Para comprender a los samurái es preciso conocer su historia previa. Las primeras evidencias de conflicto en Japón tienen cerca de 2,500 años y, curiosamente, coinciden con el arribo de los primeros instrumentos y armas de metal procedentes de Corea y China.
A partir del siglo III de nuestra era se popularizó la construcción de grandes tumbas para los nobles, llamadas kofun (túmulo antiguo), de las que han sido excavados objetos rituales, espejos, piedras preciosas, adornos para los caballos, espadas y otras armas de hierro. También aparecieron grandes esculturas de terracota llamadas haniwa. De ellas se interpreta que los personajes enterrados contaban con gran poder dentro de sus territorios. Sin embargo, aún no se les consideraba samurái, ya que no hay evidencia de que su oficio haya sido heredado.
Los gōzoku (clanes locales), que construyeron los grandes túmulos, se unieron al gobierno Yamato (250-710), encabezado por un emperador y una corte que para el siglo VIII ya controlaba una nación defendida por ejércitos poco profesionales.
Cuando el poder del emperador se debilitó en las zonas más alejadas, a mitad del siglo IX, iniciaron numerosas rebeliones. Para controlarlas, la administración envió a los mejores hombres en las artes de la guerra. Muchos de ellos, de origen noble, permanecieron en las regiones pacificadas, dando origen a los samurái.
¡A la batalla! El nacimiento de los días del samurái
Al iniciar las rebeliones, los samurái formaron alianzas –sanguíneas, regionales y patronales–llamadas bushi-dan. En la cúspide situaron al líder grupal o toryō.
Después de conflictos como la guerra Genpei (1185) entre los clanes Genji y Heishi, el toryō del clan Genji, Yoritomo Minamoto fue capaz de formar un gobierno nacional coexistente con la corte del Emperador, denominado Shōgunato Kamakura.
El rechazo de la invasión por parte del Imperio Mongol, en el siglo XIII, dio como resultado una clase samurái fortalecida. La falta de pagos correspondientes a sus victorias, produjo que las batallas entre los clanes reiniciaran.
La caída del gobierno Kamakura en 1333, dio pie al ascenso de Takauji Ashikaga, quien instauró el Shōgunato Muromachi con capital en Kioto. Sin embargo, para la segunda mitad del siglo XV los señores provinciales –sengoku daimyō– habían iniciado una nueva época de conflictos.
A finales del siglo XVI tres hombres lograron unificar a suficientes señores dentro de un gobierno nacional. El primero, Nobunaga Oda, fue asesinado en 1582 poco antes de culminar la obra; su discípulo, Hideyoshi Toyotomi, sí pudo hacerlo.
Él es un ejemplo ya que, a pesar de su origen humilde, ascendió en el ejército gracias a sus habilidades. Tras su muerte en 1598, Tokugawa Ieyasu adquirió la supremacía política y militar, y al ganar la batalla de Sekigahara, en 1600, dio inicio al Shōgunato Edo (1603-1868), trayendo la paz a Japón.
Vestidos para la batalla: las armaduras
Los samurái diseñaban sus armaduras con la intención de impresionar a sus enemigos en medio del caos de la batalla, así como para resaltar sus hazañas durante el combate. A mitad del siglo XVI, y gracias a innovaciones tecnológicas importadas desde Europa, la forma de hacer la guerra dio un giro importante. De los duelos entre jinetes con armadura y arco, se evolucionó hacia los combates grupales que involucraban a cientos de soldados.
Así se diseñaron nuevas armaduras conocidas comotoseigusoku, que significa “armadura completa”. Tienen un torso largo, ajustado al cuerpo y mangas pequeñas para proteger los costados y facilitar el movimiento de los hombros. Su diseño tomaba como base la antigua armadura tipo dō-maru, algo rígida. El nuevo modelo aumentaba la firmeza, era fácil de producir y más flexible, ya que permitía al combatiente luchar de pie.
En 1543 fueron introducidos los arcabuces –rifles importados de Portugal– a Japón. Los torsos de las armaduras, por consiguiente, comenzaron a incluir el uso de láminas de hierro resistentes a las balas.
Un sinnúmero de obras de arte muestran batallas donde los samurái portan trajes de alto rango, conocidos como ō-yoroi –propios de las épocas donde el samurái combatía a caballo–. Se cree que los artistas trataban de elevar la condición del guerrero común, ya que en la mayoría de las batallas se debieron usar trajes del tipo toseigusoku.
Fotografía H. Montaño / Fuente: radioinah.blogspot.mx |
La sofisticada belleza de las espadas
En realidad, las guerras no eran peleadas solamente con sables y espadas, sino con el arco y la flecha, así como con la lanza y la naginata, un arma de filo curvo ubicado en el extremo de una vara larga. El gran cambio sucedió en el siglo XVI, cuando se integran a las batallas armas de fuego como los arcabuces y, en menor medida, los cañones y la artillería ligera.
Si bien sabemos de un importante número de armas usadas por los samuráis, sin duda alguna destacan las espadas. En general, estas armas se dividen en dos tipos: de filo recto, llamadas ken o tsurugi, y de filo curvo, conocidas como tachi, uchigatana o katana.
Entre los siglos XII y XIII las katanas se popularizaron, sin embargo, eran consideradas artículos exclusivos debido a su compleja manufactura. Se estilaba poner una inscripción –mei– en el anverso del tallo con el nombre del autor, la fecha en la que se elaboró el arma o el lugar de origen del artesano.
La decoración externa de las katanas se conoce como koshiage, y aparece en el siglo XIV –antes la katana se llevaba en el cinto del pantalón–, y finaliza en el siglo XIX, cuando se prohíbe portar sables con excepción de los gobernantes, militares y policías. Poco tiempo después del final del Shōgunato Edo, en 1876, su uso es descontinuado y el arte de la elaboración de armas de acero comienza a perderse.
Después de la victoria en Sekigahara, Tokugawa Ieyasu fue capaz de unificar la nación y trasladar la capital hacia Edo, en la Bahía de Tokio. En este nuevo escenario, Nagoya, en la provincia de Owari, surgió como la región estratégica para consolidar el poder de los Tokugawa y expanderlo hacia el oeste.
El Castillo de Nagoya fue edificado en 1610 para prevenir que fuerzas rivales avanzaran desde Osaka. Una vez construido, el poblado comenzó a crecer rápidamente. Los vasallos y comerciantes desplegaron una intensa actividad económica apoyando la construcción de templos y santuarios.
En un área mayor de 150 hectáreas, y rodeado de una fosa y altos muros, se erigió el complejo del castillo, integrado por diversos edificios como el Palacio, las oficinas del gobierno, las mansiones de los vasallos, las atalayas y los jardines. Destaca el gran torreón o tenshu, que mide 48 metros de altura, y que al momento de su construcción era el más alto de Japón.
Para la edificación del castillo se reunieron a 20 señores derrotados en Sekigahara; la estrategia de Tokugawa era que ellos lo construyeran, demostrando así su nueva fidelidad y manteniendo bajo control el presupuesto militar de los daimyō vencidos.
El complejo fue ampliado y remodelado muchas veces hasta que prácticamente quedó destruido durante la Segunda Guerra Mundial. El amor de la gente hacia el castillo es tan profundo que, con ayuda de fondos públicos se pudo reconstruir sobre los cimientos que sobrevivieron a la guerra.
Fotografía H. Montaño / Fuente: radioinah.blogspot.mx |
Muchas ciudades de Japón nacieron en torno a castillos. Nagoya creció como una ciudad sobre lo que antes era un pequeño pueblo cercano al puerto de Atsuta. De hecho, el corazón de la Provincia de Owari se localizaba al noroeste, en el Castillo del Kiyosu.
La construcción del Castillo de Nagoya implicó el traslado de parte de la corte y de la familia Tokugawa. La mudanza desde Kiyosu involucró la reubicación de templos, santuarios y puentes; incluso, los nombres de los barrios se preservaron en la nueva capital.
La ciudad, en buena medida, fue diseñada para proteger el área cercana al castillo. Éste se rodeaba de las residencias de los vasallos importantes y recintos religiosos, para ser usados como instalaciones militares en caso de invasión.
A partir del siglo XVIII se considera la existencia de una planificación urbana, tomando el castillo como punto de partida, y ordenando las calles en una retícula orientada de norte a sur. En esa época se construyó la carretera Honmachi-dōri y el canal Horikawa para unir la ciudad con el puerto de Atsuta, expandiendo poco a poco la mancha urbana.
Durante el Período Edo (siglos XVII a XIX), la creciente actividad económica fomentó la cultura urbana, elevando el gusto de la población por las artes. Tanto los samuráis como los plebeyos destacaron en diversas disciplinas como la literatura, la pintura, el teatro o la filosofía.
En 1868, el poder de los samuráis era mínimo y, gracias a la Restauración Meiji, el emperador recobró sus poderes y condenó a los guerreros a un inmerecido final.
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