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viernes, 26 de noviembre de 2010

Las historias que el INAH no encuentra

lunes 22 de noviembre, 02:20 PM
MÉXICO, DF, noviembre 22 (EL UNIVERSAL).- El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) extravió 200 testimonios de personas que fueron testigos de diversos acontecimientos de la Revolución Mexicana. En 1985, ese instituto, a través de la dirección de Culturas Populares, realizó un proyecto excepcional al enviar a trabajadores a todo el país para recabar la historia oral revolucionaria de México.

Se eligieron los mejores 30 testimonios de los 230 recabados y se publicaron en una colección de tres tomos: Mi pueblo durante la Revolución. El resto se archivó, pero no hay donde localizarlos. "Esas entrevistas no pudieron ser rescatadas, están perdidas. El archivo completo no les pareció importante y está extraviado", dice la historiadora emérita del INAH y en ese entonces coordinadora del proyecto, Alicia Olivera.

La investigadora de la Dirección de Estudios Históricos dice que esos testimonios son imprescindibles porque se hicieron en todo el país y las que hablan son personas de todas las clases sociales. "Es otro enfoque de la Revolución Mexicana. Son personas que no participaron, sino que sufrieron la Revolución. Era gente que no estaba de acuerdo, que pensaban que para ellos había sido terrible", comenta.

La que presenta Mi pueblo durante la Revolución es la otra cara de la historia revolucionaria, la de la visión de los revolucionados, como llamó el historiador Luis González a esas personas que fueron víctimas y testigos de acontecimientos brutales de la lucha armada en el México de la década de 1910 a 1920. Personas que no lucharon y que en su mayoría eran niños o adolescentes que ahora están muertos.

Las voces

Marcial Martínez Becerril, que nació en 1908 en el pueblo de San Miguel Xicalco, situado al sur de Tlalpan en la ciudad de México, dice que la leva hizo huir a la gente de su pueblo y entre ellos iba su padre, quien se unió a las fuerzas zapatistas. San Miguel Xicalco fue incendiado en su totalidad. La familia de Marcial quedó en el desamparo y se trasladó a vivir a Tepepan, lugar hasta donde el padre del niño Marcial, que en ese entonces tenía más de siete años, envió un recado para advertir a su familia que se tenía que reunir con él por su propia seguridad. "Todo el Distrito Federal estaba lleno de enemigos de Zapata y para emprender la marcha tuvimos que hacerlo de noche", escribió en su relato. "Días después, yo ya era revolucionario, puesto que ya estaba entre revolucionarios. Mi padre, al regresar de los combates, no traía nada de comer. Entonces comíamos hierbas, a veces no comestibles y de milagro no nos envenenamos. El agua también nos faltó. Hubo ocasiones en que saciábamos nuestra sed en los charcos donde bebían y orinaban los caballos". Un amigo de él le había contado que a su padre lo alcanzó la leva carrancista. "Todos los soldados reclutados a la fuerza iban bien vigilados y a la hora de los combates los echaban adelante, en primer lugar, y al que quería huir lo mataban", le explicó.

Jesús Colín Castañeda escribió que para su madre la Revolución inició con la muerte de Francisco I. Madero en la Decena Trágica. Ese episodio le abrió los ojos al horror. Ellos vivían en el centro de la Ciudad de México. Tras la muerte de Madero, el día que iniciaron los enfrentamientos, dice que su bisabuela iba con su tía a ver a un tío que vendía listones en el portal de Mercaderes. Cuando caminaban por el Zócalo comenzó la balacera. Se escondieron en una tienda y al salir vieron decenas de muertos regados. "Hasta la fuente grande estaba roja con la sangre de los que habían caído dentro". Aún recuerda que cuando acabaron los combates se escuchó el repique de campanas de muchas iglesias y que las personas, entre ellas su madre, visitaban el convento de la Merced para ir a ver fusilar a los prisioneros o desertores. Para evitar epidemias, los muertos fueron quemados en el llano de Balbuena.

Entre sus recuerdos, Jesús contó que cuando llegaron los villistas a la ciudad, uno de los dorados se metió a una casa y violó a la hija de sus vecinos. Dice que la mamá fue a quejarse con Francisco Villa y éste lo exhibió con 50 cinturonazos y lo degradó a soldado raso.

La vida en la ciudad de México se había vuelto un caos. Asaltos a mano armado, allanamientos las casas. Enfermedades como la escarlatina, la viruela 'negra' y la tifoidea. Ramón G. Bonfil recuerda que la 'Gaveta', el tranvía popular, era usado para transportar los cadáveres. 'Se formaban hileras de estos, simplemente envueltos en un petate'.

Dice que el poder cambiaba rápidamente de manos entre carrancistas, villistas o zapatistas. "Cada facción abandonaba la capital cuando los atacantes eran superiores en efectivos o en armamento...". En esos largos periodos de desorden había sido testigo de todos los saqueos a las casas de empeño.

Más historias

En los pueblos más o menos pasaba lo mismo. Miguel Lara y su hermano Spencer recuerdan que la bola de villistas, zapatistas o carrancistas entraban a las comunidades y se apoderaban de dinero y comida. Ignacio Méndez Alonso, que había nacido en 1906, describe con claridad lo que ocurrió en 1914 en el pueblo de Ayotzingo cuando la revolución llegó. "Como a la cinco de la tarde empezaron a llegar personas de pueblos algo retirados. Todos venían con los rostros cenizos, muertos de hambre y de sed.

-¿Qué pasa señores?, preguntaban los pobladores.
-¡Vienen matando a chicos y grandes!, respondían.
-Bueno, pero ¿quiénes?
-¡Los soldados!, repetían.

La idea de hurgar en la memoria

Guillermo Bonfil, investigador del INAH, quien tuvo la idea de recuperar estas historias, escribió que se trataba de un ejercicio necesario para recuperar la memoria y pedir a los participantes que hurgaran en sus recuerdos para poder contar lo que les tocó vivir en sus pueblos. "Se trataba de obtener la información testimonial que diera cuenta del acontecer cotidiano durante aquellos años, en los puntos más diversos del país, tanto en el medio rural como en pequeñas ciudades y en los distintos barrios de la capital".
El investigador quería recabar no los grandes acontecimientos sino la vida diaria, las mil maneras de sobrevivir, el ir y venir de los militares, la leva, las penurias, la muerte y la desesperanza, así como el desconcierto.

La historiadora Alicia Olivera, quien adelantó que se prepara una reedición ilustrada de los tres tomos de Mi pueblo durante la Revolución, explicó que en dos asilos de la ciudad de México se entrenaron a las trabajadoras sociales para que ayudaran a los testigos a escribir sus historias. "Ahí había gente de toda la República. Y fue una tarea que el doctor Euquerio Guerrero llevó con mucho entusiasmo. La importancia del proyecto es que pocas veces se había trabajado en la versión de los que vivieron en ese momento, aunque no fueran personajes prominentes. Desgraciadamente, como todo los archivos estaban depositados en el Museo de Culturas Populares, pero no saben dónde se encuentran".

"El alma nos dolía"

Victorino Jiménez Sánchez, de Tepexco, decía que cuando inició la Revolución llegaban a su pueblo a pedir tortillas, pastura para los animales. "Yo qué me iba a andar metiendo ahí. Realmente no me inspiraba, pero sí me llamaba mucho la atención". Pero el tiempo lo inspiró: habían matado a su hermano Falomir y a un amigo suyo.

Macario Espejel Hernández recuerda que el 8 de marzo de 1916, el ejército villista llegó a San Pablo Huitzo. Esperaban al tren militar. Cuando éstos vieron al enemigo hicieron el toque del clarín. El combate empezó a las 10 de la mañana y terminó a las cuatro de la tarde. "El alma nos dolía al ver las camillas con los heridos y se oían los quejidos de aquellos infelices que decían: '¡ay mi madre! Que tiempo aquel tan triste y cuántas cosas que mis ojos vieron pasar!".

Antonio Ortiz Casas nació en Santa Cruz Amilpas, Oaxaca. Él narró, en lo que llamó el año del hambre, que en 1915 llegaron los carrancistas con su uniforme casi amarillo en busca de trigo. "Desgraciadamente lo encontraron y hasta encostalado, pues se lo llevaron y pagaron relucientes bilimbiques que nadie admitía, ni el mismo gobierno".

Después, dice, llegaron los sombrerudos zapatistas en busca de maíz y desgraciadamente también se lo llevaron. "Veíamos por el camino del tren venir a señoritas de la ciudad en busca de comida y con disimulo traían una cajita de artículos de mercería que 'feriaban' por gallinas, huevos, granos como garbanzo, frijol y lentejas".

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